El Tiempo.
¿Qué puedo decir del gran señor que se ha llevado todo?, que se lleva a cada instante un poco de mi vida.
¿Qué puedo decir si encontrándome en cualquier lugar, él, allí siempre está?
Su impertinencia nos persigue y consume, nos deja solitarios, acompañados, muertos, viejos, arruinados, felices.
El dios eterno de los seres humanos, el que ve pasar generaciones y generaciones. El tiempo, que permanece y pasa a cada instante.
¿Qué podría decir de ese capricho que acompaña nuestras vidas?
Este momento es suyo y el que viene, y éste, y éste.
Toda mi vida es de su propiedad.
¿Acaso encontraré algún lugar donde él no gobierne?
¿Habrá un día en que el motor invisible cese y nuestras almas y cuerpos se congelen?
El tiempo me ha visto nacer, me ha visto crecer y me verá morir también.
Es el espectador constante de este gran juego,
De este laberinto,
De este círculo.
¿Para qué hablar?
¿Acaso puedes pedirle tiempo al tiempo?
No voy a vacilar un instante, no voy a dejarme caer,
No cederé a idiotas peticiones.
Desde hoy aprovecharé cada instante –al menos trataré de aprovecharlo- y miraré el espejo del presente desgarrando la ropa del ayer.
Trataré incansable de mirar de mirar mi vida y releerla,
Acomodaré mis pilchas y me iré lento por esta calle.
En esta ruta de alegrías y tristezas es poco y mucho lo que puedo decir.
El éxtasis del hoy ya me atormenta.
Y un mañana comienza y me desvela.
Dormir no quiero en esta selva, podría morirme ahora si lo hago,
Y el único gigante implacable me vería.
¡Más morir no quiero en este día!
Atormentados los humanos viviremos, y tras la gran cortina de la muerte nada sabemos,
Pues allí se llega pero no sabemos si se regresa.
Todos quisieron hablarme del ayer, pero yo apenas pude mirarlo,
Y mi vida es un soplo corto y frío que sólo mirar quiere hacia delante.
Cansada escribo el verso que se lleva esta gran ave de rapiña.
Vuelo y apenas llego al techo de una casa,
Caigo y me choco algo más allá del mismo suelo.
Me despierto y veo el vacío del mañana que me dice que el hoy es todo o nada.
Caminando sola sigo mi albedrío, pensando si es que no es destino,
Y me encuentro entonces con un mar,
un río de sangre y de cloacas que ensuciando van lo que encuentran al pasar.
Ya no se qué decir, ya no se qué callar.
Sólo quiero vivir e ignorar que aquí estás,
Compañero invisible de la eternidad.
Victoria Olivera
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